jueves, 31 de enero de 2013

El dìa de la cuesta de La Parrilla


Fuente: Facebook
La tradición marca que cada día 5 de febrero (día de las Águedas) se celebra también, en Tudela de Duero, "La subida a la cuesta de La Parrilla" o “El día de la Cuesta”. Los datos que a continuación aporto sobre la fecha de su origen, motivo y actividades que se realizan, son fruto de las respuestas de los más mayores, casi la única fuente de la que poder beber para apagar la sed de conocimiento en este aspecto y poder dar respuesta a la inquietud de mi amiga Marta (La Parrillana).
Muchas de nuestras tradiciones tienen un origen desconocido o, al menos, no documentado. Esto hace que sea el “boca a boca” el único elemento transmisor de dichas costumbres y de los motivos por los que, año tras año, las celebramos. El hecho de que no existan pruebas escritas de su inicio, en ocasiones  genera contradicciones ya que, como bien sabemos, de lo que dice el primero a lo que escucha el último….

Pero no todo necesita obligatoriamente de un “decreto” para realizarse. Por ejemplo ¿Cuál fue el origen de la famosa “mojada” de las fiestas de Tudela? Los más jóvenes pueden decir que fue porque el Ayuntamiento la estableció en el programa de fiestas, pero muchos de vosotros sabéis que su inicio nada tiene que ver con un acto formal, ni con un acuerdo para su celebración. Su comienzo, al igual que probablemente el del Día de la Cuesta de La Parrilla, está en un día en el que, por casualidad, se reúne una gente con ganas de pasarlo bien y, al hacerlo, generan las ganas de repetirlo al año siguiente y, sin saber muy bien porqué, más gente se une a la celebración, hasta que, sin darnos cuenta, se convierte en tradición.
Pero, evidentemente, siempre hay un detonante, por mínimo o absurdo que sea. En el caso de la tradición que nos ocupa, la razón primera para que haya un grupo de gente que se reúna es la celebración, en La Parrilla, de las fiestas patronales en honor a San Francisco de San Miguel. Como después explicaré, este motivo no es ni mínimo, ni absurdo, aunque hay que reconocer que no existe una relación directa entre la celebración religiosa en sí y la fiesta en que se ha convertido la subida a La Parrilla, sino que, más bien, una cosa generó la otra por casualidad. Tanto es así que mucha gente hoy desconoce que hubiese una relación en origen y lo ve como celebraciones independientes.

Como un poco de Historia nunca está de más, permitidme ahora hacer un alto en este punto  y remontarme al siglo XVI, para rememorar la figura de San Francisco de San Miguel, hijo de La Parrilla y, en cuyo honor se celebran las fiestas que  dieron origen a esta tradición:
Francisco de Andrada y Arco, hijo de Francisco de Andrada (o Andrade) y Clara de Arco, una pareja parrillana de labradores, fue bautizado el 15 de noviembre de 1545 (la fecha de nacimiento se desconoce, aunque en aquella época se solía bautizar a los niños el mismo día del nacimiento o, como mucho, dos o tres días después).
A finales de septiembre de 1566 tomó el hábito en el convento vallisoletano de San Francisco y, al año siguiente hizo Profesión en la Orden de los Hermanos Menores, recibiendo el nombre de Francisco de San Miguel, adoptando este nombre “de San Miguel” probablemente por el día en que profesó, el 29 de septiembre.
Tras ser trasladado, a petición propia, al Convento del Abrojo (Laguna de Duero), pronto se dio a conocer en los pueblos de la comarca, como Boecillo, Aldeamayor de San Martín, Laguna de Duero, Tudela de Duero, La Parrilla (evidentemente), Viana de Cega, La Cistérniga, Puente Duero y otros cercanos al Convento, ya que habitualmente los recorría para pedir a favor de los necesitados, haciéndose querer en todos ellos.
Su espíritu inquieto le hizo embarcar el 16 de junio de 1581 en Sevilla, rumbo a México, donde estuvo hasta que, en 1584, viajó a Manila (Filipinas) ciudad que había sido incorporada a la Corona española solo 13 años antes.
En julio del año 1594, fray Francisco de San Miguel, o de La Parrilla, como también era conocido, llegó a Japón acompañando a fray Pedro Bautista, recién nombrado embajador de España en aquel remoto país. Pero el emperador japonés Taikosama había cambiado su política favorable al cristianismo por una persecución que terminó, el 9 de diciembre de 1596, con el apresamiento de los misioneros, entre ellos fray Francisco de San Miguel.
Tras varios días de estar encarcelados en durísimas condiciones (recordemos que estamos en el Japón del siglo XVI) y tras cortarles la mitad de la oreja izquierda a cada uno de ellos, se les obligó a recorrer, a pie, a caballo y en barco, en mitad de un crudo invierno, los cerca de 800 kilómetros que separaban las ciudades de Meako y Nagasaki. Una vez allí, a las diez de la mañana del miércoles 5 de Febrero de 1.597, fueron crucificados, quedando los misioneros sujetos a la cruz por medio de cinco anillos de hierro, que les aprisionan las manos, los pies y el cuello. La muerte en la crucifixión japonesa se producía con dos lanzas que, entrando por los costados, se cruzaban en el pecho y salían por los hombros. De ahí la imagen de San Francisco de San Miguel que hoy podemos contemplar en su ermita de La Parrilla.
En 1616, siendo Pontífice Pablo V, a instancia de la Orden Franciscana, se inicia el proceso de beatificación de los Mártires de Nagasaki de 1597, dicho proceso culminó el 14 y 15 de septiembre de 1627 con la Ceremonia de Beatificación presidida por el Papa Urbano VIII celebrada en la basílica de Santa María la Mayor de Roma.
Finalmente, el 8 de junio de 1862 Francisco de San Miguel o de La Parrilla, fue canonizado por el Papa Pío IX, pasando a ser San Francisco de San Miguel. Por eso, el 8 de junio de cada año los parrillanos celebran las segundas fiestas patronales en honor a su Santo Patrón o, como ellos le consideran, su Hermano. El pasado año 2012 se celebraron los 150 años de la canonización.
Pues bien, dada la estrecha relación que siempre ha habido entre las gentes de La Parrilla y Tudela de Duero, con habituales lazos familiares, desde tiempos inmemoriales los tudelanos han acudido a La Parrilla para disfrutar de las fiestas celebradas para conmemorar el aniversario de la crucifixión de San Francisco de San Miguel, ocurrida, como acabamos de ver,  el día 5 de febrero de 1597.
Luego, el motivo por el que cada año los tudelanos se desplazaban por la ruta entre ambos pueblos parece claro. Ahora nos queda definir el motivo por el que comenzaron a reunirse en los pinares de la cuesta para merendar. Para ello necesitamos algún dato más:

La inmensa mayoría de los preguntados calculan que la tradición tiene en torno a cien años. Además, tenemos la referencia escrita de las crónicas de Javier Fernández, reportero bien conocido por los tudelanos por ser el responsable de las noticias sobre nuestro pueblo que aparecen en el Norte de Castilla y, sobre todo, por ser el encargado de mantener al día la página web de “Soy de Tudela”. Concretamente, en el artículo aparecido en la edición digital de El Norte de Castilla (nortecastilla.es) del día 6 de febrero de 2006, hacía referencia a “la tradicional subida a La Parrilla, una celebración que cuenta con cerca de cien años de existencia”. Posteriormente, el día 5 de febrero de 2012, publicaba en “Soy de Tudela” una reseña relativa a esta “jornada especial cuya celebración se remonta a más de un centenar de años en la localidad”.
Luego, con mucha seguridad, esta celebración tuvo su origen entre los años 1907 y 1911. Como además, no parece haber un acontecimiento determinado que motivase su celebración, lo más probable es que fuese poco a poco, precisamente durante esos años, afianzándose año tras año, pasando de mera repetición de una reunión de amigos a constituirse en una fiesta esperada por todos.

Por otro lado, cualquier conocedor del clima de nuestra tierra sabe que un 5 de febrero vallisoletano suele ser un día de mucho frío. Si además nos ubicamos mentalmente en la primera década del siglo pasado podemos imaginar que el trayecto lo hacían a pie o, como mucho, en carro o en burro, ya que los caballos estaban reservados para los más ricos. Trayecto que en la actualidad se recorre por una carretera de unos 7,5 kilómetros pero que, entonces,  discurría por un camino empedrado, algo más largo y difícil de transitar que, además, debía superar el desnivel de las laderas del páramo.
Por tanto, podemos suponer que era necesario un alto en el camino para recuperar el resuello, probablemente a media cuesta o próximo a su cima, aún a cubierto de los gélidos vientos que suelen barrer la plana superficie de las tierras que rodean a La Parrilla.

Otro dato que puede ayudar a motivar la necesidad de parar y comer es el hecho de que, en Tudela, no era día festivo. Por tanto, los tudelanos debían trabajar y atender a sus labores, al menos por la mañana. Si así lo hacían, no podían perder un minuto comiendo en sus casas, porque recordemos que en el año 1907 se mantenía el horario solar y, de acuerdo a él, el 5 de febrero el sol se ponía a las 17:38 horas. Luego, es de suponer que pretendían ponerse en camino cuanto antes y aprovechar la parada del descanso en la cuesta para comer.
Lo anterior nos lleva a otro punto interesante, ¿Por qué se comía tortilla? Si ese bocadillo iba a sustituir a una comida y pretendía dar fuerzas para la caminata y la posterior fiesta, no podía ser simplemente embutido, necesitaba ser algo más consistente. La tortilla, además, puede prepararse antes y no es necesario perder tiempo antes de salir. Pero, sobre todo ¿qué hay mejor que una tortilla para llevar como bocadillo y comer sentado debajo de un pino? Pues eso… ¿y por qué de chorizo? Podemos pesar que a primeros de febrero, los chorizos de las matanzas que se hacían en gran parte de los hogares ya estaban curados y absolutamente apetecibles. Luego, la tortilla preparada para una ocasión tan significativa como esa, bien merecía ser alegrada con un trozo de esos primeros chorizos caseros.

El otro ingrediente destacable de la merienda tradicional es la naranja. Si volvemos a ponernos en situación, hace un siglo no existían las cámaras frigoríficas que conservasen las frutas fuera de temporada, ni se disponía de aviones que pudiesen traerlas desde lejanos países para ser consumidas durante el invierno castellano. La fruta típica de estas fechas en España es la naranja y, algo menos, la mandarina. Siguiendo este razonamiento es fácil pensar que se comía naranja porque no había otra cosa, a pesar de que, probablemente, era casi un artículo de lujo. Pero la ocasión bien lo merecía.
Finalmente nos queda la famosa cachava de caramelo. En este caso, todo apunta a que este elemento se incorporó con posterioridad a la tradicional merienda. Es probable que inicialmente fuesen simplemente caramelos, llevados por casualidad. Con el afianzamiento de la romería, con toda seguridad que alguno de los reposteros de Tudela, Guijarro abre sus puertas en 1924, tuvo la idea de hacer un dulce especial para la ocasión y pensó en copiar uno de los símbolos de los caminantes castellanos, la cachava. Unía así al dulce el valor simbólico que lo identificaba con una tradición en concreto, asegurándose un éxito, y por tanto unas ventas, que se repetían y crecían año tras año (ya existía el marketing).

De igual manera tuvo su origen el famoso pan en forma de media luna. A la vista de la cantidad de gente que cada año repetía la tradición, algún panadero local pensó en sacarle partido e ideó un pan en el que el ingrediente principal de la merienda, la tortilla, cupiese a la perfección. Creo que no es necesario explicar la forma que tiene media tortilla. Desde entonces, el pan de media luna se confecciona cada 5 de febrero en las panaderías tudelanas, y en las de algún pueblo de los alrededores, para que nuestras suculentas tortillas tengan su mejor cama.
Poco a poco la tradición fue pasando de su origen como avituallamiento a mitad del camino hasta La Parrilla, a convertirse en motivo único de celebración, desligándose de la fiesta parrillana. Muchas veces porque la dureza de la cuesta, acompañada de la meteorología, hacía que la mayoría de los paseantes se quedaran en el medio del camino y al atardecer volvieran a Tudela en vez de llegar hasta La Parrilla, donde sus vecinos celebraban la fiesta. La realidad es que, finalmente, muchos ya solo tenían como meta la merienda y la propia fiesta que se organizaba a su alrededor en las propias laderas de la cuesta de La Parrilla. De ahí que muchos ya solo la conozcan por el “Día de la Cuesta”.
No obstante, siempre se ha mantenido como una fecha esperada en el calendario, especialmente por los más jóvenes que veían en ella un motivo para “recortar las clases,” ya que, cuando antes todos los colegios de Tudela tenían jornada de tarde, esa tarde no había clase y todos iban a celebrar la subida de la cuesta de La Parrilla.
Al igual que la Historia se hace viviéndola, las tradiciones se construyen y se mantienen por el propio fluir de la vida de los pueblos y de sus gentes. Por tanto, que ésta y otras tradiciones de nuestro pueblo se mantengan depende únicamente de la voluntad de los tudelanos de seguir reuniéndonos, con cualquier pretexto, para disfrutar los unos con los otros, enseñar a nuestros hijos su pasado y, en definitiva, seguir haciendo “Pueblo”.

viernes, 18 de enero de 2013

Los primeros tudelanos

Antes de la llegada de los ya famosos vácceos, ya tenemos constancia de asentamientos prehistóricos en el entorno de la Mambla y la Cuchilla (menudo ambiente debía de haber por allí).
 
Los restos hallados (hachas pulimentadas, buriles y raederas, así como fragmentos de cerámica hecha de una pasta negra con decoración rudimentaria) apuntan a que, probablemente, los primeros tudelanos pudieron ser un pequeño grupo de humanos que se asentaron durante el Neolítico, de forma más o menos estable, aprovechando las ventajas defensivas de nuestras famosas cotas. En ellas encontraron un punto elevado con una excelente visión sobre un entorno que, a buen seguro, no era tan amigable como lo es hoy.
Pero, centrémonos primero en hacernos una idea del momento del que hablamos:



El neolítico se sitúa al final de la Edad de Piedra y se caracteriza por el inicio del conocimiento y uso de la agricultura y la ganadería, junto al empleo de piedras pulimentadas que servían como herramientas menos toscas que las empleadas anteriormente.
Se cree que el neolítico se expandió por el interior peninsular y, por tanto, por la Meseta Norte, hacia el año 4000 a.C, aunque se considera que el asentamiento tudelano puede datar del año 2000 a, C. Por lo tanto, podríamos poner esa fecha como momento en el que el primer tudelano se asentó en estas tierras y, si lo considerásemos como válido, entonces Tudela tendría hoy unos... ¡4000 años!
Para hacernos una idea de los peligros que nuestros antepasados trataban de evitar estableciéndose en cotas altas, echemos un vistazo a lo que había a su alrededor:

La Mambla y la Cuchilla, hoy algo verdes gracias a la repoblación de décadas pasadas, sobresalían del manto frondoso de un bosque rico en flora y fauna, gracias a las fértiles tierras de la vega del Duero. Este bosque ofrecía abundante caza y frutos que recolectar, pero también era cobijo de peligrosas manadas de lobos que perseguían la misma caza que los humanos…cuando no a ellos mismos. El otro peligroso habitante de estos bosques era el oso, hoy desaparecido de nuestras tierras, pero nada extraño en aquellos tiempos.
El otro aspecto destacable del entorno es la riqueza y productividad de estas tierras que, a pesar de que en ese período no debía de haber mucha gente por la zona, atraían a muchos grupos de humanos, que buscaban un territorio en el que establecerse para aprovechar los incipientes conocimientos agrícolas. Esto, como nos podemos imaginar, representaba una amenaza para los primeros “tudelanos”, que se veían obligados a defender su pequeño territorio. Además, las dos famosas cotas eran, y son, referencia clara para los nómadas, por lo que no era extraño que pasaran cerca de ellas y, de paso, aprovechaban cualquier oportunidad para “recolectar” lo que podían.

Por tanto, podemos suponer que su forma de vida se basaba en un pequeño poblado situado en las faldas de la Mambla y la Cuchilla, aprovechando el abrigo del bosque y la protección y visibilidad de las alturas. Desde este emplazamiento comenzaron a cultivar pequeñas zonas de terreno, a la vez que cuidaban de un ganado compuesto principalmente por cabras, sin olvidar la recolección y la caza, aprovechando la riqueza de un entorno privilegiado.

En definitiva, tampoco hemos cambiado tanto. Únicamente hemos abandonado las zonas elevadas para acercarnos a nuestro acogedor río y, eso sí, hemos acabado con los bosques que rodeaban a nuestras famosas “montañas”.
Quiero llamar ahora la atención sobre una curiosidad. El uso de la miel era habitual en aquella época, ya que era el único alimento dulce conocido. En algún momento, restos de una mezcla de miel y agua, dejada por casualidad, sufrió una fermentación alcohólica, perdiendo toda o parte de la materia azucarada y convirtiéndose en alcohol etílico. Esa sustancia líquida se conoce como hidromiel, tiene un color brillante y dorado,  posee una graduación de unos quince grados y, sobre todo, tiene un sabor muy similar a algunos vinos. ¿Tendrá esto algo que ver con nuestros actuales gustos?
Y así pasaron los años, los siglos y hasta algún que otro milenio, hasta la llegada de los vácceos. Pero eso será otro día…

domingo, 13 de enero de 2013

Tudela y Acontia / Acontia y Tudela

Hace unos años, allá por 1988, vió la luz el libro "Aspectos de la Historia de Tudela de Duero" que, como el inolvidable Álvaro Jarabo escribió en el prólogo de la segunda edición en 1999, pretendía servir de "punto donde poder conocer o consultar retazos de su historia".
He de decir que, al menos conmigo, funcionó. Y lo hizo porque consiguió meterme el gusanillo de la Historia de mi pueblo en el cuerpo. Una Historia que ya prometía ser extensa y rica con solo pasear por sus calles, pero que se descubre apasionante entre las líneas de este libro, gracias al enorme mérito de sus autores que fueron capaces de recopilar una importante cantidad de información y de sacar a la luz esta publicación con los modestos medios de que disponían.
Lo primero que llamó mi atención y, de paso, demostró mi ignorancia, fue el descubrimiento por mi parte de que Tudela no solo no se llamaba Tudela, sino que ni siquiera tenía su ubicación original en el lugar que ahora ocupa.
Hoy ya casi ningún tudelano ignora que el embrión de Tudela de Duero fue una ciudad váccea situada en las laderas orientadas al norte de la Mambla Menor y de la Cuchilla. Su nombre era ACCONTIA y, lejos de ser un caso excepcional, fue un ejemplo del modo de vida de este pueblo en la Meseta Norte. Así se puede comprobar en casos similares de las actuales localidades de Cuéllar (Calenda), Coca (Cauca) o Toro (Arbucala).
Me he decidido a abrir este blog para ayudarme a mi mismo a ordenar la gran cantidad de datos y de curiosidades que afloran simplemente con echar un vistazo atrás, a la Historia de nuestro pueblo. Prueba de ello es que, en solo los cuatro párrafos anteriores, aparecen hilos de los que tirar sobre: personalidades del pueblo, acontecimientos históricos, geografía o toponimia.
Mi objetivo es hablar un poco de todo ello y, con la ayuda de quien quiera hacer este viaje conmigo, aprender, disfrutar y, si es posible, contribuir a extender ese gusanillo por nuestra Historia.
Y, como lo que vivimos es el presente, hablaremos también de la actualidad de nuestro pueblo, de Tudela de Duero, de la vieja Accontia.